jueves, 5 de agosto de 2010

El saber y la pasión





Nunca nos hemos caracterizado por tener buen cine en nuestra querida y angosta faja de tierra, a excepción de algunas películas que merecen crédito y valoración desde el cono sur hasta los ranchos republicanos y espacios vanguardistas Europeos; sin embargo poseemos críticos que sobrepasan los límites del conocimiento cinematográfico, es el caso de Héctor Soto. Recuerdo que un día estando en Talca, dictaron una conferencia contenida por Alberto Fuguet y Hector en la Universidad Católica, habrán pasado 2 o 3 años de ese encuentro y hace unos pocos meses atrás me regalaron una vida critica, compendio de artículos, criticas y experiencias de vida de este gran valuarte mundial incluidas en una Biblia (si se puede denominar de alguna forma) con más de 500 paginas escritas de puño y letra por Soto. Leyendo y absorbiendo su incalculable sabiduría, me he permitido elegir uno de sus artículos más lucidos y especiales con respecto al conocimiento y la emoción que se desprende de su voyage por butacas y cinetecas a lo largo del auge del cine mundial, esos añorados años 60 y 70`.


La gente común y corriente, a la cual el cine le debe todo – su inspiración, sus medios de vida, sus motivos y razones- , suele complicarse mas de la cuenta.
- A mí me gusta mucho el cine - señala alguien, ocultando su debilidad por Indiana Jones- , pero no sé nada de técnica y por eso no puedo opinar si una película es mala o buena.
- En principio a mi el cine me interesa – puntualiza otro-, pero, ¿Qué pautas seguir para juzgar una película? ¿En qué fijarme para saber si estoy frente a una cinta de calidad?
Son apreciaciones de espectadores atemorizados por la idea del arte como patrimonio de los entendidos y por el montaje semántico de la critica del cine. Son apreciaciones que deberían ser corregidas de inmediato, dado que también en este campo es preferible que la soberanía vuelva al pueblo. Al pueblo que se conmueve con las imágenes, claro, no cualquiera. La autoridad de las apreciaciones cinematográficas casi nunca tienen que ver con potestades sociales o académicas ni con el conocimiento libresco; por el contrario, es un asunto que está conectado primero al amor - a la pasión por el cine - y sólo en forma muy secundaria a la erudición. No hay punto de comparación: vale mucho más tener mil programas dobles en el cuerpo -bien queridos, bien asimilados y bien disfrutados - que dominar al revés y al derecho el último tratado de semiología fílmica.
Tal vez en mayor medida que en otras expresiones artísticas, en el cine es valida la recomendación que le atribuyen a San Agustín. <<Ama primero y haz después lo que quieras >>. No es que el cine sea un campo de impunidad en el cual todo valga. No es así. Pero es un hecho que hasta los juicios mas certeros se relativizan si son hijos del desapego, de la rutina o la indiferencia. Cuando de por medio esta la pasión fílmica, en cambio, hasta la arbitrariedad se ennoblece y puede ser interesante. La debilidad que presenta una elevada proporción de los juicios cinematográficos en circulación radica no tanto en la falta de información o de rigor, sino en la falta de afecto y compromiso, lo cual es mas grave. Aquel déficit puede cubrirse con datos o con cierta disciplina intelectual; el déficit afectivo, por su parte, es una dolencia del alma más que de la percepción y casi nunca es redimible.
Gracias a que en el cine las cosas son así, el llamado séptimo arte todavía puede contarse entre lenguas vivas de este tiempo. El hecho de ser un arte popular lo ha salvado del museo y del tratado, dos formas de embalsamiento. El día que pase a mandar más el erudito que el público entusiasta y de buen sentido, más burócratas culturales que el mercado, el cine dejara de ser plebeyo. Pero habrá pagado un costo bastante alto. Le ocurrirá lo mismo que al llamado video-arte, lo mismo que a todas las vanguardias mendicantes de este mundo, engordadas por el mecenazgo de las fundaciones y los gobiernos: apestará a alta cultura, a naftalina y a metalenguaje. Un hedor irrespirable.
¿Significa esto que en cine la erudición no sirve para nada? No necesariamente. El estudio y el aprendizaje entregan armas que pueden servir – en ocasiones muchísimo - para ampliar, enriquecer y educar la percepción. Lo normal es que sean útiles mientras se mantengan como medios y no aspiren a convertirse en fines en sí. El problema está en que se subleven, en que terminen obstruyendo la visión del espectador y esterilizando la inspiración del artista. El pecado de la cultura libresca en su auto reclusión y su soberbia. Más que eso, su gradual alejamiento de verdades elementales: si el conocimiento no sirve para vivir mejor, para hacer más intensos los goces y consuelos del arte, quiere decir entonces que no sirve para nada.
Entre los mitos más engañosos del arte, quizás ninguno supera al que supone la existencia de disciplinas académicas en las cuales el espectador aplicado tendría que graduarse antes de poder emitir juicios con alguna autoridad. ¡Dios nos libre de esas disciplinas y de esos graduados ¡
La sensibilidad para las imágenes se educa en la platea, no en las bibliotecas. No hay mejor titulo que hablar de cine para seguirlo, convivir con el e interesarse en el. Es lo básico. Es lo que cuenta. Si falta eso, no hay instrucción teórica que pueda suplantarlo. Si existe, a partir de ahí todo estudio sistemático es bienvenido.
El conocimiento puede templar la aproximación al cine, pero entrega sobre todo seguridad. Gracias a él se aprende a fundamentar mejor por qué nos gustan o disgustan tanto las películas que amamos u odiamos. Es un buen aporte; permite, entre otras cosas, rendir culto a Indiana Jones sin culpa. Raras veces, sin embargo, el puro conocimiento hace posible amar por la vía de una trabajosa seducción intelectual las cintas que no nos conquistaron antes vitalmente. En su mayoría, los del cine son amores a primera vista.


El saber y la pasión / Hector Soto

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