jueves, 20 de octubre de 2011

1/2 noche en paris




(…) Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.

Jorge Teillier

Hace bastante tiempo no sentía la sensación de libertad, paz y melancolía en un film como Midnight in parís. En el lecho de mi muerte diaria pensaba: me gustaría haber visto películas en su estreno original como Casablanca (1942), Sin aliento (1958) o en último caso The Dreamers (2003). Sin embargo por tiempo/años no tuve la oportunidad, y si en el caso que existiera de manera ficticia una forma de hacerlo, no sé si lo haría con muchas ganas. Es la impresión que me ha quedado después de ver Una noche en Paris (que por suerte la vi en estreno y con fotogramas como de tiempos aquellos) el último film de Allen que me impresionó y re-enamoró más de la cuenta. La melancolía que produce el recuerdo y el ejercicio metafísico de hacerlo se involucran místicamente en el film y hacen que casi la hora y media no se noten en fracción de tiempo.

El personaje principal, que está muy bien caricaturizado por Owen Wilson; manifiesta de forma particular los deseos y sueños de un romántico como los que no se encuentran en estos tiempos; y si los hay, están vegetando en sus recuerdos en los diferentes rincones del mundo.

La melancolía de una Paris idealizada; es el escenario perfecto para el desarrollo de la trama que dista entre la realidad de Gil y la ficción de sus añoranzas más profundas. La negación con su realidad actual hacen que las ideas y proyectos de este se conviertan en su aparente mundo-ficción, entre los problemas con su novia, la familia de esta y amigos ca(u)(su)ales de ambos, funcionan como ingredientes para retraerse a otro mundo, mundo por el cual se inspira y aparecen personajes dantescos de la época de oro de Francia. Hemingway evocando la belleza salvaje, Fitzgerald en su mejor momento, Dalí como un loco desenfrenado, Buñuel y la génesis del surrealismo… y así una decena de personajes que a mas de algun@ no dejara indiferente.

Me hizo recordar bastante cuando el arte se tomaba ( y creo que era así ) como una forma de concebir la belleza tal cual fuera, el contexto no importaba, los personajes no importaba, el mundo no importaba! Solo la belleza que puede generar una hermosa imagen se consolida como expresión máxima de ésta. En este sentido el film se convierte en prosa y poesía de primera categoría. Que hubiesen dado Huidobro, Teillier o Rojas por haber tenido la oportunidad de fragmentar sus palabras en imágenes. Mas al poeta lirico de Teillier que hizo de la melancolía pan de cada día. Quizás a Woody Allen le hubiese gustado ser éste para transformar las imágenes en poesía, sin embargo el ejercicio mismo no le sirve, ya que sin quererlo transformo la belleza en melancolía y la melancolía en sueños.

Queda la tarea imperiosa de desafiar la realidad, injuriar la belleza (quizás sentarla en los pies como aquel poeta maldito) y terminar de una vez con la re-presión que nos produce el mundo actual. Tomar los sueños y transformarlos en una no realidad en donde co-habitemos de una vez por todas con aquella melancolía real o ficticia que nos produzca la vida, y por supuesto el cine de Allen.

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