martes, 6 de diciembre de 2011

Bolaño desde el otro Bolaño


[ ...] Soñé que era un detective latinoamericano muy viejo. Vivía en NuevaYork y Mark Twain me contrataba para salvarle la vida a alguien que no tenía rostro. Va a ser un caso condenadamente difícil, señor Twain, le decía.


Blanes / 1994


Las columnas y escritos sobre Bolaño se inundaron pasado el 2003, sino investiguen sobre las cifras en venta que ha tenido partiendo por Chile, Sudamérica y el mundo. Ahora si quieren darse un paseo por el mundo adverso de los pocos boliches literarios vallan a San Diego, al persa bio bio o a las ventas subterráneas que tienen las ferias libres en cada lugar público y lo verifican. El punto es que se ha leído más, inclusive le han puesto su nombre a una cátedra en cierta universidad. ¡Quién lo diría! ahora, y para ser sincero ¿le habrá gustado a Roberto que llevase una clase su nombre? quizás sí, quizás no. Desde mi punto de vista no, y es aquí donde comienza el otro Bolaño, ese no institucionalizado, ese que en un párrafo de putas asesinas señala que nunca pidió gratificaciones ni becas como otros conocidos, jamás dijo que si a los canónicos del conocimiento. De cierta forma puede que haya tenido más de alguna razón: resentimiento, orgullo o solo paciencia, solo él lo sabe y se lo llevo consigo a la tumba hace más de 7 años.

Sin embargo la emoción de ese bolaño cala más profundo que todo el conocimiento libresco de otros autores. Es el caso de Hernán Rivera Letelier que también pasaron por su cuerpo más experiencias, emociones y sobre todo inspiración que cátedras magistrales y títulos por doquier, en este sentido ambos nacen en contextos políticos, culturales y sociales muy parecidos. No obstante la lejanía de ambas narrativas hablan y relatan a la vez historias que se aproximan a lo trágico de lo humano, a la desilusión del todo, hacia la configuración de verdades individuales de la poesía, del adjetivo que lo consume todo y que le daría envidia hasta el mismísimo Huidobro. Aquella fugacidad que se revela en la literatura de ese Bolaño se pueden comparar con las historias más rebuscadas del planeta, con escritores y narradores extraídos de bibliotecas y bares, sin embargo ese Bolaño es único, autentico y sensato; y las comparaciones en este caso carecen de valor.

¿Pero por que Roberto Bolaño para explicar el fenómeno del otro y no otro? porque sin duda que representa a la generación castrada, castrada en utopías y propósitos, de aquellos que combatían en y con la nada. Chile le proporciono el odio necesario para generar amor, alguna que otra conexión habrá tenido con este trozo de tierra, sin embargo la herida nacional no sanó nunca. Lo relatan ciertos pasajes en escrituras poéticas (La universidad desconocida) y de narrativa (Llamadas telefónicas, Estrella distante y los detectives salvajes). Así y con todo a su espalda siempre cre(y)ó (en) una escritura creativa, configurada desde lo humano, desde la pasión, desde lo cotidiano. Quizás por eso aparezcan personajes que divagan entre lo real e irracional y juega a su vez con la fugacidad de la identidad, tal como lo interpela Volpi en el insomnio de Bolívar, 2009. Bolaño crea identidades fugaces, mexicanos que deambulan por calles Europeas, bonaerenses que transmutan su gramática en tierras mexicanas y así un sinfín de referentes que hacen que el lector se haga cuestionar lo inverosímil que puede resultar ser la identidad.

En estos tiempos Bolaño se hace un referente casi heroico para poder enfrentarse con los dilemas actuales de la sociedad, puede que se genere la idea que en su momento también lo fueron Kerouac, Dostoievski o Cortázar. Sin embargo pocos pueden atrapar y fragmentar en narrativa la incertidumbre que nos persigue a cada instante, solo unos pocos pueden hablar con tanta pureza y técnica de la poesía chilena y latinoamericana sin haber tenido títulos exacerbados, pocos se pueden dar el lujo de ser el otro Bolaño, solo Roberto.


[...] Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida.

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